lunes, 15 de enero de 2007

4. Una Cabeza Parlante en las Axilas Depiladas de la Esquizofrenia

     Hace dos meses a Giselle le creció una cabeza en la axila derecha. Una cabeza 
 imposiblemente fea, provista de ojos, nariz y boca, y con un grado de inteligencia aceptable pero opacada por un carácter caprichoso y mezquino. La noche de su nacimiento, habíamos terminado de cenar y nos disponíamos a ver una película en donde Tom Cruise viaja al pasado y descubre que su verdadero padre es un donante de esperma sudamericano apodado "El negro bayoneta". 
A la mitad de la película Giselle empezó a quejarse de un dolor debajo del brazo. Al principio lo atribuí al elástico de su corpiño y la increpé por usar esas prendas convencionalistas tan apretadas, pero cuando cayó al suelo presa de violentos espasmos me dije que tal vez debería ayudarla.
-Amor ¿te sentís bien?- pregunté.
Giselle lloraba y se retorcía en el piso sujetándose la axila. Por entre sus dedos brotaban unos hilillos de sangre y su camisa blanca se fue tiñiendo de rojo.
Aturdido, corrí hasta el teléfono y comencé a marcar como un loco.
-¿Qué hacés?¿A quien estás llamando?- Me gritó entre jadeos.
-A la depiladora…le…le voy a reclamar que nos devuelva la plata.
Giselle me dirigió una mirada colérica, pero enseguida su expresión se arrugó en una mueca y dejó de prestarme atención.
Me incliné junto a ella y me dispuse a practicar la actividad que mejor dominaba en situaciones de urgencia: mirar.
Pero lo que estaba viendo no se dejaba interpretar así como así.
Pasaron algunos minutos de duda e interferencia, luego, cuando mi cerebro decodificó la imagen, sentí que mi cordura se despeñaba como la caricatura de una cabra por un acantilado.
Una horrible cabeza había hecho su aparición en su axila y Giselle me sonreía como solo sonríen las mujeres cuando traen una nueva criatura al mundo.
-Miralo. ¿No es la cosa más hermosa que hayas visto?- Dijo Giselle, y su sonrisa dopada me sugirió que el instinto maternal ya había echado raíces.
-Si querés, lo podemos llamar Ariel, como vos.
-Je-je. Mejor no.
Yo había tomado el color que la ceniza volcánica en el intento de corresponder a la sonrisa de Giselle, y la pequeña cabeza me había imitado burlonamente con un hilo de baba colgándole desde el mentón. Sus ojitos eran dos hendiduras que irradiaban una alegría nebulosa y maligna. No era que me apabullara la paternidad, pero por las dudas, salí corriendo a vomitar la cena.
Cuando pasó el sobresalto inicial, y después de haber comprobado las ventajas de tener un botiquín bien equipado con calmantes, empecé a atar cabos y me quedé con una teoría bastante sólida: La cabeza era una manifestación de mi pobre alma, que perdida en la noche de la transmutación, de alguna manera había quedado atrapada en un desodorante en barra femenino, y de allí había pasado a la axila derecha de Giselle.
La segunda noche desde el nacimiento de mi clon, me acerqué a hurtadillas a la cama donde Giselle dormía. Cortazarzas temblaba en mi mano y no fue necesario que lo interrogara para saber que estaba aterrado. Pero contaba con él, lo habíamos conversado largamente el día anterior y habíamos decidido ponerle fin a aquella aberración. La cabeza también dormía, emitía un ruido que era en parte ronquido y en parte sonido de máquina de liposucción. Asomaba de Giselle entre los pliegues de la sábana, y en esa pálida fosforescencia parecía un angelito, o un murciélago recién nacido al que los males del mundo no habían tocado aún. Así y todo no permití que las apariencias me conmovieran. En el mismo instante en que el filo centelleante de Cortazarzas se volvió frío y dejó de temblar supe que estábamos listos para entrar en acción.
Y en eso, el mini mostruo abrió los ojos y nos miró con malicia.
-Uzztedezz, uzztedezz no zzaben nada. Yo zzoy  el Gran Carcomante. No zze pueden dezzhazer del Carcomante. Va a zzer difízzil ¿eh?. Monozz feozz, monozz dezzagradablezz y murmuradorezz, ezzo ezz lo que zzon. El Non Palidezedor va a tener notiziazz de uzztedezz, ezzo zze lozz azzeguro, monozz brutozz. ¡Y ahora a volar! ¡Uzzh! ---
Si hubiésemos podido gritar habríamos gritado sin importar que Giselle se despertase, pero en cambio salimos del cuarto a toda velocidad con algo parecido a un guante de lana atascado en la garganta. Después Cortazarzas empezó a llorar y me obligó a prometer que nunca más lo acercaría a esa cosa. Yo mismo no quería volver a tener un contacto parecido ¿cómo podría volver a pedírselo?. Esa noche nos acostamos en el sofá del living y mientras fantaseábamos con la idea de escapar al Sur, miramos televisión hasta que el sol se filtró a través de las persianas.

A medida que pasaron los días nos fuimos acostumbrando a la presencia de la criatura, y aunque nos seguía pareciendo repulsiva, poco a poco comenzamos a interactuar con ella. En general las conversaciones no eran ni extensas ni profundas - Si no más bien parloteos en donde ninguna de las partes se esforzaba por interpretar o entenderse con la otra- pero servían para que Giselle no sospechase ninguna actitud recelosa. Giselle había empezado a mostrarse un poquitín sensible por esos días y no queríamos ponerla nerviosa. Cuando le manifesté mi decisión de no volver a compartir la cama con ella, aduje que se trataba de una cuestión moral y me explayé en una larga perorata de pediatra cejijunto. Recuerdo que terminé mi discurso explicándole que no convenía compartir el lecho mientras estuviera nuestro "bebé" de por medio. Pero Giselle se había dado cuenta de la mentira y había entrado en una crisis de nervios. Ese día perdí la oreja izquierda en un fiero combate cuerpo a cuerpo. Como en un duelo de gitanos, el cuchillo eléctrico de cortar carne de Giselle había zumbado más rápido que Cortazarzas y yo no había tenido los reflejos suficientes. Cuando a Giselle se le pasó el enojo se ofreció para volver a cocerme la oreja. Lástima que eso fue al día siguiente y para entonces mi oreja ya no tenía un buen color. El injerto prendió por unos días, pero las moscas se pusieron molestas y me hicieron desistir de dejármela puesta.
Nos vamos acostumbrando. La cabeza no es de hablar demasiado, pero cuando lo hace suele estar convencida de decir cosas importantes así que siempre la escuchamos con atención y no le preguntamos nada aunque no entendamos ni media palabra de lo que dice. Yo sospecho que la cabeza, además de llamarse a sí misma "El Carcomante", ha venido al mundo con otro nombre y con una misión que no nos ha revelado.
Cortazarzas y yo sabemos que el hijo de puta está tramando algo misterioso, algo que no puede disimular del todo y que parece divertirle bastante. Ya veremos que se trae.
Por el momento, el mayor caudal de mis preocupaciones se concentra en Giselle. Desde que se considera madre, ha empezado a mostrar un severo deterioro en su carácter y cada vez es más difícil tratar con ella. Al principio lo tomamos con algo de humor (Cortazarzas y su filosofía zen han colaborado mucho en eso) pero ahora estamos viviendo en una atmósfera de tensión constante, nos cuesta comunicarnos, nos cuesta conciliar el sueño y tenemos que andar todo el día con pies de plomo para evitar el más mínimo roce que pueda desatar la furia del dragón.
El segundo indicio de anormalidad en Giselle fue hace más o menos dos semanas, cuando insistió en que ya no se llamaba más Giselle sino Paprika. No es que me desagrade el nuevo nombre, pero se sabe que algunas costumbres tienen raíces profundas, así que, como era de esperarse, no tardé mucho tiempo en llamarla por el nombre incorrecto. La reacción de Paprika no se hizo esperar. El médico me dijo que volvería a caminar si seguía el tratamiento. Ahora tengo una leve cojera y me cuesta sentarme con las piernas derechas. Los días de humedad suelo frotarme con cremas especiales y no acostumbro caminar más de dos o tres cuadras seguidas, pero al menos recuperé la memoria. Uno no deja de asombrarse acerca de la voluntad humana.
Paprika no es Giselle para nada. Quiero decir, Paprika no se asemeja a Giselle salvo por su mal genio y su aspecto físico. Se comporta como si fuese otra persona, piensa diferente, tiene costumbres diferentes, habla de modo diferente y hasta detesta cosas que antes le agradaban, como desayunar en la cama o ir de compras los domingos por la tarde.
Para peor, Paprika se prueba apodos todo el tiempo, por lo que a veces es difícil complacerla. En un momento exige que la llame "Priki" o "Papriki" y a los dos minutos me arma un escándalo porque olvidé decirle "Papaka" o "Papruska".
Paprika tiene un temperamento terrible, y es de temer cuando se siente desairada. La otra noche me desperté sobresaltado por unos ruidos como de cangrejos y la descubrí sujetándome los testículos con una mano y aferrando una tijera de costurera con la otra. Desde su axila la cabeza bizqueaba y gorgoteaba frases incomprensibles. Se necesitaron varios minutos de discusión para que me confesara llorando que mis ronquidos la estaban volviendo loca.
-Pero Paprika, mi amor, como es posible que me oigas roncar desde tu cuarto?
-Yo no te oigo. Pero él si te oye. ¡Y como estamos conectados es lo mismo!
-Zzi, mono zzuzio, ezz lo mizzmo. Te oimozz igual.
Esa noche Cortazarzas me dijo que si no hacía algo para cambiar la situación se iría para siempre de mi lado, aunque me rompiera el corazón.

Han pasado algunos días de relativa calma. Paprika ahora se hace llamar Eugenia Benedetto, y que me cuelguen si no es un bonito nombre, suena como a nombre artístico, es el nombre que tendría una gran escritora o una talentosa pianista clásica, Eugenia Benedetto, Eugenia Benedetto, no Paprika sino Eugenia. Anoté mentalmente que debería recordarlo por lo que quedara del mes.
Hoy a la tarde estábamos tomando unos mates cuando de pronto la cabeza salió de su letargo y se nos quedó mirando con sus estúpidos ojitos de bestezuela, después dijo que sería mejor mudarnos a la soleada California, que allí el clima era más bien seco, y que la presión atmosférica era adecuada para intentar contactarse con su padre espiritual, El hacedor de pirámides blanquibabélico.
Eso fue lo que dijo. El Hacedor de Pirámides Blanquibabélico. ¿Puede tener sentido para alguien?
Por supuesto, Eugenia se entusiasmó enseguida.
-¡Eso sería perfecto!¿Te imaginás, Ariel?¡Conocer California!
-California -repetí mecánicamente y un aire helado me golpeó los huesos.
-Zzi. Mono zzapienzz, California. ¿Acazzo no te guzzta la idea?
-¿No te gusta la idea? -preguntó como en un eco Eugenia, sus labios estaban apretados y temblaban ligeramente. Ahí estaba otra vez el dragón asesino preparándose para destrozar el planeta tierra.
-No dije que no me guste. Se trata de ser realistas sobre nuestras posibilidades. California suena bien, pero.. ¿y mi trabajo? Además no tenemos plata. ¿Cómo vamos a hacer para costearnos un viaje tan caro?
-Los pasajes aumentaron desde Marzo a ésta fecha -acotó Cortazarzas -y oí que en California los veranos pueden llegar a tener temperaturas por encima de los 40º -
La cabeza nos dirigió una mueca de desprecio y se torció hacia Eugenia.
-Lozz monitozz tienen plata ahorrada. Zzi, preguntalezz, preguntalezz cuanta plata tienen en el jarro zzelezzte que ezzstá en la mezzita del pazzillo. Monitozz egoízztazz, preguntalezz que penzzaban hazzer con tanta plata.
Las mejillas de Eugenia mutaron del rosa a un carmesí con ribetes liláceos. Vimos con horror que una de sus manos aferraba la pava con agua hirviendo.
-¡Euge! Mi vida, iba a ser una sorpresa. Cortazarzas y yo estábamos planeando comprarte un auto usado. Un autito para que pudieras ir a visitar a tus padres cuando se te ocurriera, vos siempre estás diciendo que los extrañás y que deberíamos verlos más seguido. ¡Pero iba a ser una sorpresa! -dije con aire ofendido y la esperanza de sonar creíble.
Eugenia me miró como quien mira a una larva retozando en su plato de comida.
-¡California! -gritó la cabeza.
-Me importa un bledo tu sorpresa y tus buenas intenciones. Queremos ir a California ¿No es cierto mi hermosura?
-¡Zzi, zzi, clima zzeco, chicazz bronzzeadazz! Además, el Hazzedor de Pirámidezz Blanquibabélico tiene informazzión importante para mi. ¡Ahh, ezzto ezz bien bonito, por fin nozz veremozz cara a cara con la diozza fortuna, ja-ja!. Zzi todo zzale como ezzpero, zzeré promovido a zzuperintendente de Cozzmopolia, y una vezz que lo conzziga, cuando mueva lozz contactozz adecuadozz, me encargaré de ezzoz abzzurdozz monitozz liberalezz del Norte que... Pero no, zzzzzhhh, calma corazzonzzito mío, calma que ezzto no debe trazzcender...zzzzhhh.
-Ya está decidido -sentenció Eugenia con la vista clavada en la pava de agua caliente.
-En ese caso, si es tan importante para ustedes, está bien. Mañana mismo reservo los pasajes -me oí decir desde el centro diminuto de mi cobarde cerebro sin alma.
Cortazarzas suspiró. Nuestros planes de escaparnos al Sur se habían ido por la alcantarilla. Nuestros sueños emigraban por su cuenta hacia un lugar más cálido. El azar no existía. Castillos de naipes ardían en un infierno de comodines piromaníacos. Y finalmente, si el universo era un campo ordenado, algún Dios bromista y trasnochado lo había usado para rellenarlo con basura.


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